Y se pronuncian las líneas de la piel y el Ser desde su más pura expresión, ante esa nívea mirada que ve e interpreta. ©Gin
Intuirte es mi única “a ciencia cierta” que sé cómo acabará…

A veces soy penumbra que acicala
mis noches vanas y quebradas
aullando loba y alma
—huérfana y herida sangra—
sin faro…
ni luna de plata.
 
Y entonces te busco
entre agrestes montañas;
me desnudo de esos nudos
que retuercen madrugadas
y te encuentro; nítido
como piel inmaculada.
 
Y te miro sin tenerte;
profundo y silente
arañando mi añoranza
como voz que susurra;
roza…;
calma.
 
©Ginebra Blonde

lunes, 1 de enero de 2024

Baile de Máscaras

 


Amelia
 
     Sus pasos se encaminaban casi levitando hacia el borde de aquel precipicio al que siempre se asomaba sintiéndose cual pequeña e insignificante moto de polvo, ante la inmensidad de un mundo con el que no resonaba desde hacía ya demasiado tiempo.

      Sus intenciones, esta vez, estaban claras…

    Saltaría; se lanzaría al vacío, a ese limbo donde al fin descansar del martirio de la soledad de aquel enorme castillo que había heredado de sus antepasados, sin más compañía que unos viejos y enmohecidos libros que la mantenían viva cuando caía inmersa entre sus páginas, y un amigo de su padre fallecido, que velaba por ella y la cuidaba entre esos recios y gigantes muros de piedra maciza.

   Miró el horizonte de gris y espesa niebla que se mostraba frígido ante sus ojos. Comenzó lentamente a dar un paso como atraída por él, sintiendo el helor del vacío bajo uno de sus pies que flotaba sobre aquel abismo, cuando, de pronto,  unas manos rodearon su cintura agarrándola con fuerza y tirando de ella hacia atrás.

    —¡Por Dios! ¡Hágalo por él, por su padre! Él querría verla viva, fuerte y luchando! 

    Desde aquel fatídico incendio donde su familia pereció, Amelia cayó en un profundo mutismo que no le permitía pronunciar palabra alguna.

    —Ha recibido una invitación para el baile de máscaras que se celebra cada año en el castillo del Conde Sweet Gentleman; y va a ir. Va a elegir un precioso vestido; va a ponerse su perfume de violetas y va a dibujar esa bonita sonrisa en su aterciopelado rostro.  Yo la dejaré en la misma puerta, y no me iré hasta que vea cómo la cruza.


      Amelia rompió a llorar sin emitir un atisbo de sonido. Él la abrazó con fuerza, limpió sus lágrimas y la cogió en sus brazos para llevarla a sus aposentos y dejarla tendida sobre su lecho.
   
        —Descanse, Amelia… Mañana será un gran día.
 
Baile de Máscaras
 
    Su vestido era azul cobalto. Un corpiño anudado con cintas de raso negro enmarcaban su esbelta figura y dejaban prominentes sus turgentes pechos. Un collar de negro y fino terciopelo, rodeaba su delgado y blanquecino cuello. Y su rostro, así como le había encomendado quien velaba por ella tras la muerte de su familia, lucía una tímida sonrisa, a la vez que sorprendida y curiosa por todo lo que se mostraba ante sus ojos.

      De pronto, y sin saber de quién procedía, una voz le susurró  en el oído…

     —Me alegra que hayas aceptado mi invitación… Solo necesito tu mirada para saber que estás bien; que te sientes a gusto… No importa que no puedas hablarme. Te preguntarás por qué lo sé… No es por la persona que vela por ti. Te conozco desde hace mucho tiempo. He seguido en silencio tus pasos llevado por un impulso tan misterioso, como extraordinario e irrefrenable. Has estado presente en mis sueños y en mis más fervientes deseos…

     Amelia hizo de pronto el amago de girarse para ver el rostro de aquel que le hablaba en susurros y que había despertado en ella una extraña sensación, pero él la frenó acercándola con más vigor a su pecho, dejándola paralizada…  

    —Aún no… Ahora baila; disfruta; vive…

    Y tras decirle esas palabras, el Conde cogió su mano derecha, la llevó a su espalda y posó en ella una llave de la que colgaba una pequeña carta con un número impreso.

    Cuando Amelia se giró, el Conde ya no estaba. Miró la llave y el número de la carta: dos


   
        Se fue adentrando en el baile inclinando la cabeza a modo de saludo hacia algunas invitadas que le mostraban un cálido acogimiento, y aun a pesar de no poder hablar con ellas, se sintió arropada tras ese largo y frío tiempo de mutismo y soledad. Aquel salón y todos los invitados, desprendían una cálida y misteriosa armonía que la envolvía en un dulce y embriagador ensueño; pero su mente estaba ya muy lejos de aquel lugar…

La Puerta
 
         Se paró frente a ella. Tenía la misma sensación que cuando intentó dar aquel salto al vacío, pero esta vez sentía que lo que le deparaba el otro lado, era una llama que comenzó a arder en su interior en el momento que escuchó la voz del Conde susurrándole en el oído y penetrándole hasta el alma.
    
         El placer ya no formaba parte de su vida. Había olvidado lo que era sucumbir a él desde la más pura desnudez. Entregarse y cruzar toda frontera que la permitiese explorar emociones nuevas en cualquiera de sus vertientes. Fue sumisa de sí misma en su renuncia a la vida y a todos los placeres que ésta otorga más allá de sus difíciles y, a veces, crueles vicisitudes.
    
        Su cuerpo no dejaba de sentir ese cosquilleo cual primera vez que uno se entrega al goce de la carne y el espíritu. Impetuosa, y casi con rabia por haber estado tan ciega ante el regalo de la vida, metió la llave en la cerradura y la giró con rapidez como si aún temiese arrepentirse.
    
      Cruzó el umbral sabiendo que aquella experiencia la iba a llevar a unos límites jamás cruzados; que iba a romper toda barrera que la impidiera sentir el goce más intenso jamás experimentado, y la iba a hacer caer rendida; ofrecida a los planes y dominios de aquel que la estaba haciendo vibrar por cada poro de su piel, inmersa en una lascivia, feroz y osada, que gemía y brotaba por cada recoveco de su cuerpo.
 
Placer
 
      En aquella habitación de paredes insonorizadas tan solo se escuchaba la respiración agitada de Amelia, y sus pasos caminando hacia un extraño mobiliario enmarcado por una tenue luz.
    
    Como una danza de sombras que la envolvían y rozaban, la figura del Conde aparecía y desparecía ante sus ojos, al tiempo que sentía que las cintas de su corpiño iban desatándose, liberándola así de la prisión de sus ropas, y dejando en libertad, como dóciles péndulos, sus pechos que palpitaban sedientos de placer.  
    
       Su vestido abrazó el suelo; tan solo unos zapatos de satén azul y unas medias de seda blanca, vestían el cuerpo semidesnudo de Amelia, dispuesto a yacer entre aquellas manos calientes y firmes que la despojaban de tabús, y la llevaban a un sentir extremadamente delicioso y lujurioso.   
    
       Como en una ensoñación y sin apenas visión, comenzó a sentir cómo el Conde iba inclinando su cuerpo hacia delante hasta hacerlo reposar en una especie de diván del que salían, de cada uno de sus cuatro extremos, pequeños cintos que rodearon y ataron sus muñecas y tobillos.

        Expuesta y totalmente abierta al placer; sometida al goce de dejarse fluir como río ante la tempestad de la piel que gime desde su más inconmensurable latido, Amelia emitió un grito cuando el primer embate la hizo vibrar y contraerse húmeda y ungida en sus fluidos que, como cascadas, rebosaban por sus ingles deseando más; más de aquel goce que la dejaba en la  extenuación; de aquel precipicio al que sí quería y deseaba caer…
                        .
                        .
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                        ©Ginebra Blonde


(Relato perteneciente a la propuesta/invitación de Dulce, de la celebración del Baile de Máscaras de Fin de Año 2023)


Espero ir volviendo por este y alguno más de mis otros blogs, retomando el camino que dejé en pausa.

Con todo mi cariño, os deseo a todos un muy Feliz Año 2024 🥂


jueves, 13 de abril de 2023

Inamovible naturaleza



Somos fuertes…;
a veces no somos conscientes de cuánto…, pero lo somos.
Es como si algo, más allá de nuestras creencias para interpretarlo, nos mandara señales como vibrantes hilos de luz a los que asirse para no llegar a caer del todo.
Y los años…; ese tiempo cual línea continua que nos zarandea de una esquina a otra de las inexorables etapas de la vida, y que nos va sumiendo en una calma, necesaria y vital, en la que asimilar lo que ésta nos depara.
No es fácil; la vida en sí misma no lo es, y no por ello deja de ser ese milagro o ciencia que acapara nuestros ojos; nuestra más profunda mirada para sentirla y abrazarla ante cualquier circunstancia de su innata e inamovible naturaleza.    
 
Y he aquí un pequeño y gran paraíso donde, muchos, convivimos entre miles de letras y tantos otros sentires que expresamos y compartimos, sabiendo y sintiendo que forman parte de nuestro viaje porque, a veces, es como agua para el sediento; como luz en la opacidad; es risa o llanto; es otro trocito de cielo donde alzamos el vuelo, en cualquiera de las formas y expresiones que nos enriquece y nos vincula.
 
Pero… a veces, debemos dedicar más tiempo a otros cielos; otras puertas y ventanas que se abren y se cierran.
(Me) llegan días de esos; es por ello que dejaré en pausa mis blogs, a excepción de aquellos donde realizo los retos. Éstos, seguirán latiendo y creando nuevos viajes para quienes deseéis recorrerlos.
 
Pido disculpas si no os comento, aun cuando nunca dejo de visitaros, de puntillas y sin hacer ruido.
 
Circunstancias personales que requieren de mi atención; algún proyecto de musas sobre papel; sueños, muchos sueños emergiendo aun entre la niebla…; y vosotros, que sois impulso y fuerza, a veces sin daros cuenta, ayudándome a lidiar muchas de mis batallas.
 
Nos vamos viendo por los retos.
GRACIAS…, GRACIAS POR ESTAR.


Demasiado mundo, quizá…
Demasiados sinsentidos
que se retuercen y gritan,
pero ¡ay de mi corazón!,
fuego y hielo,
¡guerrero!
Mis sueños,
gigantes;
y mis versos,
lianas
en las que
sostenerme,
tras caer
una
y
otra
vez.
 
Y crecer¿?
no,
no quiero.

Porque aquello que fue, 
va dejando de serlo.
Porque se va yendo…,
y siento
que me rompo; 
me quiebro…

No..., 
no quiero crecer.


©Ginebra Blonde


martes, 28 de marzo de 2023

Agua y barro

 

Y no siempre
soy entelequia
en un lecho
de aterciopelados pétalos;
a veces soy grieta,
arena
que reseca la carne
y penetra
en los huesos.
 
No siempre
se avivan mis sueños
como danza inasible
y perpetua;
a veces mi aliento,
salobre y yermo,
me exime de vuelos;
me exige el oxígeno
que aún me queda
y que, como grito,
yerra
anidando
en mis venas;
 
pero sigo ahí…
varada,
esperando tu mar,
exigua
ante esa esencia
que reflota
sucumbiendo
a esas aguas
que me traen
tu mirar.
 
                                         Y entonces soy barro;
                                         arcilla en tus manos;
                                         -ungüento-
                                         en mi socorrido
                                         palpitar.
 
                                         ©Ginebra Blonde

Rupert Banterle (1889-1968)
"El anillo fugitivo", 1913-1915 Bronce.
Cementerio Monumental de Verona

viernes, 10 de marzo de 2023

H(M)iel


Como mantra ensortijado
en mi propia piel,
me desnudo de la vida
como fruta tierna
que se pela y desmenuza
hasta llegar al hueso.
Y es ahí,
en ese punto exacto,
donde pierdo la conciencia
de lo que soy
y del lugar donde me hallo;
y entonces comienzo…;
como nacimiento que,
tras pasar un espacio  
angosto y oscuro,
de pronto ve(o) la luz.
Podría decir(os)te
que es ahí
donde todo se hace vuelo
(y en verdad vuelo),
pero no antes
del crujir de estas vértebras
que me sostienen y se retuercen
en su aullido de transformación.
Y tras cruzar esa vereda
de encrespadas ramas
y enmohecidas piedras
que subyugan
y se adhieren
a mi carne
como espesa hiel,
se despliegan los apéndices,
oriundos y bizarros,
impregnando en queratina
(cual plumas de albatros)
el verbo preñado
que sufre y grita
antes de parir… y ser;
ser océano
donde volver
a nacer.
 


A pocos días de tu día, Poesía; quizá sietemesino, mi verbo, no pudo esperar. Impetuoso se me escurrió de entre estas aguas y mis albatros, que no limitan.

©Ginebra Blonde